Desde
que hago la cama y doblo el pijama todas las mañanas me acuerdo más de ti. De
ti y de las prisas, de hacerlo todo a última hora y levantarme a las 5 para
ordenar la habitación o pasarme horas fregando el día anterior a tu llegada.
¿Sabes,
amor? Ahora me tomo las cosas con calma. La calma que nunca tuvimos en aquella
espiral de vértigo en la que caímos desde el minuto cero. La calma que se
volvía necesidad cuando toda ropa estorbaba y salía disparada un tiempo récord.
Y sí, te lo reconozco, no era de mi agrado. Siempre me han gustado las cosas
lentas y en la primera cita es mejor empezar con un beso en la mejilla y acabar
con uno en los labios en tu portal. Pero cómo decirle que no a las ganas. Cómo decirte que no a ti.
Ahora
no. Ahora te pienso más lento, pero más fuerte. Y quiero de manera distinta, pero
al mismo tiempo de la misma. Y eso es algo que no se puede cambiar. ¿Si te digo que
ahora prefiero quedarme 5 minutos mirándote a los ojos sin bajar la mirada un
segundo a tus tetas me creerías? Porque es así. No hay prisas, sólo miedos.
Pero las metáforas siguen en el aire y la poesía siempre se ha leído mejor
despacio. Y tú, amor, mereces que te lean como al mejor poema del mundo.