Aún no sé la fecha en la que prometí llevarte a París, pero nunca había deseado con más ganas enseñarte los rincones más ocultos donde se esconden melodías de violín y pinturas en acuarela. Correremos buscando las mejores vistas para admirar la Torre Eiffel y nos besaremos apasionadamente en un hotel desde el que veamos gatos negros pasearse por los tejados. Quizá, en uno de esos paseos, una mirada significará más que todas las palabras del mundo que pueda escribir(te) y comprenderás que no es que sea fácil ni bonito; es que tú lo haces así.
Algún día, perderemos vuelos una y otra vez por el simple capricho de no poder dejar de mirar tu cara bañada por los rayos de sol al amanecer y acabaremos llorando de la risa porque, sí, lo hemos vuelto a hacer. Hasta entonces las estaciones guardarán los abrazos más sinceros, las palabras más bonitas y las promesas de escribir(te) un poco cada noche para no sentirte tan jodidamente lejos.
Debo reconocerlo, los monstruos del armario son cada vez más pequeños, sólo hace falta que tú vengas a besarme y a eliminarlos del todo.
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