jueves, 22 de octubre de 2015

Día 23.

Un día más. Un día menos. Me he despertado leyendo poesía, como siempre. Llevo ya cuatro cafés y sé que no te importa, pero me tiemblan tanto las manos que siento que no controlo mi cuerpo. Ayer tuve una reunión de esas aburridas en las que no llegas a ningún acuerdo y sales pernsando que acabas de perder dos horas de tu tiempo discutiendo con idiotas para nada. Es cierto que después logré sacar fuerzas y salir a correr. Dormí mejor que otros días, algo es algo. Estoy deseando que llegue la tarde y hacer esa tarta de queso a la que tanto me he aficionado. Tonterías, al fin y al cabo solo son tonterías. No tengo más plan que esperar al fin de semana, elegir lecturas y sentarme al lado de la ventana viendo la lluvia caer. Es un buen plan, ¿no crees? A ratos siento que me conozco y, a la vez, que soy mi mayor desconocida y mi mayor arma de destrucción. Qué monótono es todo en ocasiones. 

Entre toda esta procesión de días sigue sucediendo que, cuando algo pasa en mi vida, cojo el teléfono y te quiero llamar. Contártelo y que me sepas. Saberme como solo tú lograbas que me supiese. 
Ya no te quiero, es cierto, pero sigo sin saber ponerle nombre a esta sensación tan extraña, tan tuya. 


miércoles, 13 de mayo de 2015

Secretos.

Voy a hacerlo. Cuando sean mayores, voy a hacerlo. Les contaré uno a uno todos mis secretos y cómo me enamoré de ti aquel enero mientras que tú te marchaste antes de llegar el verano. También les hablaré de tu forma de despertar o de secar mis lágrimas cada vez que salían a pasear, suave, con la punta de los dedos como si fueran tesoros que guardar en un frasco de cristal. Recordaré con una sonrisa todas y cada una de las medias que llevabas cuando ibas de mi mano y ese gesto tan tuyo al sentarte cansada en la cama y ponerte unos calcetines antes de ir a dormir, aunque a mí me gustase más acostarme sin ellos y levantar tu pantalón en mitad de la noche para rozar tu tobillo desnudo mientras que tú no te dabas ni cuenta. Me pondré melancólica al recordar las habitaciones de hotel contigo durmiendo en mi pecho mientras yo leía con las luces casi apagadas y, a cada página que pasaba, me quedaba mirando tu rostro calmado como si fuese mi hogar y tú mi único refugio. Sacaré las fotos de las ciudades que conocimos juntas y prometeré llevarlos algún día aunque mi corazón empiece a doler solo de pensarlo. Cuando ya no pueda mantenerme serena, me levantaré con la excusa de buscar ese libro de la estantería que aun guarda todas y cada una de las notas que escribiste para mí y les diré que eso era lo que te hacía especial, además de tener la sonrisa más bonita del mundo. No te preocupes, no les contaré solo lo bueno, también les hablaré de tu forma de hacerme pedazos, de todos esos agujeros que hiciste en mi interior y que aún sangran, de los atardeceres que me robaste. Prometo enseñarles una foto mía para que comparen mis ojos antes y después de ti, porque es cierto que hubo un tiempo en el que brillaban y sonreían como si el mundo fuese bonito y yo no tuviese ninguna preocupación más allá de pensar qué tipo de flor te regalaría en nuestro aniversario o cuándo te llevaría a París. En definitiva, les contaré todo. Incluyendo lo que siempre he tenido miedo de confesar; pase lo que pase, siempre deseé y sigo deseando que ellos tuviesen tu sonrisa. 

martes, 17 de marzo de 2015

La vida.

Hoy es el día. El día que paseas por la calle y llega el olor de su colonia y te das la vuelta y la buscas y no aparece y vuelves a la realidad. 
Entonces miras a la persona cuya mano has soltado, con la sonrisa a medias y los ojos tristes. La miras y no sabes bien cómo decirle que lo sientes, que no es ella, que pensabas que en los últimos 5 meses habías conseguido borrar su recuerdo gracias a sus labios, pero que acabas de darte cuenta de que no te provoca el mismo escalofrío que ha recorrido tu cuerpo hace medio minuto. Que cuando te tumbas en el césped y miras las estrellas las noches de verano oyes su risa, notas cómo te roza la mano con la brisa suave, rememoras sus andares de niña buena mientras se recoge el pelo en una coleta precipitada y se lanza a tu cuello. Y que, pensabas que no, pero sigues viéndola en todas las mujeres que llevan un vestido de flores y deseas arrancárselo para llevarlo a los pies de su cama para que, cuando despierte, lo encuentre como un regalo de un hada madrina. 
Ese día se repite. Mes tras mes, año tras año. Siempre cambian las mujeres que van de tu brazo, pero nunca el olor a esa colonia mezclada con el tabaco rubio. Tampoco cambia la cobardía de no pulsar el botón de llamar, mandarle un mensaje o presentarte  en su puerta con las manos en los bolsillos, mirarla a la cara y decirle: sea como sea, pase lo que pase, viva lo que viva, seguirás siendo siempre el amor de mi vida.