miércoles, 29 de octubre de 2014

Despacito.

Desde que hago la cama y doblo el pijama todas las mañanas me acuerdo más de ti. De ti y de las prisas, de hacerlo todo a última hora y levantarme a las 5 para ordenar la habitación o pasarme horas fregando el día anterior a tu llegada.

¿Sabes, amor? Ahora me tomo las cosas con calma. La calma que nunca tuvimos en aquella espiral de vértigo en la que caímos desde el minuto cero. La calma que se volvía necesidad cuando toda ropa estorbaba y salía disparada un tiempo récord. Y sí, te lo reconozco, no era de mi agrado. Siempre me han gustado las cosas lentas y en la primera cita es mejor empezar con un beso en la mejilla y acabar con uno en los labios en tu portal. Pero cómo decirle que no a las ganas. Cómo decirte que no a ti. 

Ahora no. Ahora te pienso más lento, pero más fuerte. Y quiero de manera distinta, pero al mismo tiempo de la misma. Y eso es algo que no se puede cambiar. ¿Si te digo que ahora prefiero quedarme 5 minutos mirándote a los ojos sin bajar la mirada un segundo a tus tetas me creerías? Porque es así. No hay prisas, sólo miedos. Pero las metáforas siguen en el aire y la poesía siempre se ha leído mejor despacio. Y tú, amor, mereces que te lean como al mejor poema del mundo. 


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