jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Bailamos?

Recuerdo aquella mañana con total claridad. Paseábamos lento agarradas de la mano, como una pareja de los años 20. Nos parábamos en cada esquina, el cielo estaba azul y las nubes hermosas. No hacía frío.

La magia llegaba de tantas formas y matices diferentes que sigo estremeciéndome al recordar. La melodía de violín que se escuchaba a lo lejos aún resuena a veces en mi cabeza cuando leo poesía. En mi mente, las imágenes de aquel abrazo por la espalda mientras nos balanceábamos al mismo ritmo. 

Sonreír. 

Pensar que hay paseos eternos, que esa sería la primera mañana en un parque que nos vería repetir el mismo camino los domingos por la tarde. Imposible olvidar tu forma de correr, de invitarme a bailar. Tampoco olvido mi sonrisa más plena al verte exultante de felicidad ni mi pensamiento de estar segura de que, por una vez, había tomado la decisión más correcta.

Paseé sin poner un pie en el suelo pero agarrando tu mano. Mirándote. Y no fue un sueño, fuiste tú. Tan real, tan musa y tan poetisa. Y yo no te saqué a bailar.





Vuelve a invitarme a bailar en la calle, en el sofá, en la cama, en las discotecas más oscuras, en tus ojos. Invítame, porque aquella vez sólo podía contemplarte. Invítame a bailar la canción más horrible del mundo, pero hazlo. Vuelve a los paseos y las sonrisas. Vuelve a hacer que mis ojos bailen. 

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